Tú que lo sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,
sanador familiar de las angustias humanas,
Tú que, lo mismo a los leprosos que a los parias malditos,
enseñas por amor el gusto del Paraíso,
Tú que de la Muerte, tu vieja y fuerte amante,
engendras la Esperanza -una loca encantadora!
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú, que haces al proscrito esta mirada calma y alta,
que condena todo un pueblo alrededor de un cadalso,
Tú que sabes en qué ángulos de las tierras envidiosas,
el Dios celoso escondió las piedras preciosas,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú, en quien la mirada clara conoce los profundos arsenales
donde duerme amortajado el pueblo de los metales,
Tú, cuya mano aleja el vacío,
de los pies del sonámbulo al que seducen los tejados,
Tú que, mágicamente ablandas los viejos huesos
del borracho tardo atropellado por los caballos,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que, para consolar al hombre frágil que sufre,
nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,
Tú que pones tu marca, oh cómplice sutil,
en la frente de Creso despiadado y vil,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que pusiste en los ojos y el corazón de las muchachas,
el culto de la llaga y el amor de los andrajos,
Bastón de los exiliados, luz de los inventores,
Confesor de los ahorcados y de los conspiradores,
Padre adoptivo de aquellos que en su negra cólera
del Paraíso terrestre ha desterrado Dios Padre,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Autor: Charles Baudelaire